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Se encontrará aquí, pues, a Hecateo de Mileto Autor de los ss. VI-V a. C., considerado como fundador y padre de la Geografía, perteneciente al círculo de la Jonia arcaica y discípulo de Anaximandro y Helánico de Lesbos De fines del s.V a. C., originario de Mitilene y perteneciente al círculo cultural jónico, escribió numerosas obras, de las que apenas quedan fragmentos, sobre mitología e historia de ciudades y pueblos; asimismo Fileo el ateniense 9, Escílax de Carianda 10; a continuación Pausímaco 11, a quien engendró la antigua Samos, incluso Damasto12, nacido en la noble Sige, y Bacoris 13, originario de Rodas; también Euctemón 14, conciudadano de la metrópolis ática; el siciliano Cleón 15, el propio Heródoto de Turios 16 y, por último, aquel que es la gran lumbrera de la elocuencia, el ateniense Tucídides 17.
Aquí por lo tanto, Probo, parte de mi corazón, tendrás todas las islas que se alzan por la llanura marina 18, esto es, por ese llano, que tras las ensenadas formadas por el orbe terrestre al abrirse como en un bostezo19, impele a Nuestro Mar 20 desde el estrecho tartesio y el oleaje atlántico, hasta las tierras lejanas; asimismo, los golfos arqueados y los promontorios; cómo la costa se extiende en suave pendiente, cómo los macizos montañosos se adentran profundamente en las olas y cómo famosas ciudades se ven bañadas por el mar; cuál es el nacimiento de los ríos más grandes, cómo las islas con frecuencia, son abrazadas por esos mismos ríos; cómo los puertos arquean ampliamente sus seguros malecones; cómo se rellanan las lagunas; cómo reposan los lagos; cómo los altos montes elevan sus riscos pedregosos; cómo el oleaje del turbulento mar, blanco de espuma, ciñe a los bosques.
Éste será, pues, el objetivo de nuestro trabajo: la exposición detallada del hondo mar de Escitia 21 y el llano marino del salado Euxino 22, incluso islas, si es que alguna emerge en esa marmórea mar. El resto, por lo demás, ya lo hemos relatado más cumplidamente en aquel volumen que compusimos acerca de las costas y países del orbe terrestre 23. Así, para que tengas una prueba paladina de estas mis fatigas y trabajos, comenzaremos el relato de la presente obrita remontándonos un poco más arriba 24.
Tú atesora estas noticias en lo más profundo de tu corazón, pues se sustentan en la garantía de fidelidad de haber sido remotamente tomadas y obtenidas de otros autores. Las tierras del extenso orbe se despliegan a lo largo y ancho, mientras el oleaje se derrama una y otra vez en torno al orbe terrestre 25. Pero allí donde el hondo mar salado se desliza procedente del océano, de tal suerte que el abismo de Nuestro Mar se despliega ampliamente, se encuentra el golfo Atlántico 26.
Aquí se halla la ciudad de Gadir, llamada antes Tarteso 27. Aquí están las Columnas del tenaz Hércules, Ábila y Calpe (ésta se encuentra a la izquierda del territorio mencionado; aquélla, próxima a Libia): retumban bajo el recio septentrión, pero aguantan firmes en su emplazamiento 28.
También aquí se alza 29 el cabezo de un peñón sobresaliente (en los más antiguos tiempos lo denominaron Estrimnis 30) y la encumbrada mole de su pico rocoso se orienta de pleno hacia el noto templado. A su vez, a los pies de la aguja de este saliente, se abre para sus habitantes el golfo Estrímnico 31, en el que se muestran las islas Estrímnides que están muy separadas y son ricas en mineral de estaño y plomo 32.
Aquí se encuentra una raza de gran vigor, de talante altanero, y de una habilidad eficiente, imbuidos todos de una inquietud constante por el comercio. Y surcan con sus pataches, aventurándose a largas distancias, una mar agitada por los notos y el abismo de un océano, preñado de endriagos 33. De hecho, no saben ensamblar sus quillas a base de madera de pino y tampoco, según es usual, alabean sus faluchos con madera de abeto, sino que, algo realmente sorprendente, ajustan sus bajeles con pieles entrelazadas y a menudo atraviesan el extenso mar salado en estos cueros 34.
Por otra parte, desde aquí hasta la Isla Sagrada 35 (pues así la llamaron los antiguos) una nave tiene un trayecto de dos soles. Esta isla despliega en medio de las olas un amplio territorio y la habita a lo largo y ancho la raza de los hiernos. Cercana, de nuevo, se extiende la isla de los albiones. Y los tartesios 36 acostumbraban también a comerciar hasta los confines de las Estrímnides.
Incluso colonos de Cartago y la población que habita entre las Columnas de Hércules se acercaban a estos mares; sobre los cuales el cartaginés Himilcón 37 asevera que podían ser atravesados en apenas cuatro meses, según él mismo relató haberlo comprobado mediante una navegación. Así, no hay vientos, en una amplia zona, que impulsen al navío; así el líquido elemento de una llanura marina encalmada se inmoviliza en sus reinos. Se añadirá a ello que emerge entre las aguas abundante urchilla y que a menudo refrena la popa como si fuera maleza. No deja de decir también que por esta zona la superficie de la mar no alcanza gran profundidad y que apenas un poco de agua cubre el fondo, que las bestias marinas recorren la mar por aquí y por allá, que los navíos se desplazan lentos y lánguidos entre monstruos que nadan por medio 38.
Si a partir de aquí alguien se atreve a forzar su esquife desde las islas Estrímnicas rumbo a las aguas del sector de la Licaonia 39, donde la atmósfera se hiela, acaba llegando al territorio de los ligures 40, desprovisto de habitantes, pues hace ya tiempo fueron depredados a manos de los celtas y por los frecuentes combates. Entonces los ligures, desplazados a la fuerza, como con frecuencia guía la fortuna a algunos, llegaron a esos territorios que ahora poseen, cubiertos por lo general de zarzales terribles; estos parajes son pura pedriza y abruptas roquedas, y los picos de las montañas se hunden amenazadores en el cielo. Y este pueblo huidizo vivió ciertamente durante mucho tiempo en las cárcavas de los peñascos, apartados de las olas, pues su miedo al salado mar provenía de aquel peligro primitivo. Tiempo después, la calma y el ocio, a la par que la seguridad, potenciando su audacia, los persuadió a salir de sus encumbradas guaridas y a descender a zonas marinas.
Tras aquellas tierras 41, sobre las que antes hemos hablado, de nuevo se abre una gran ensenada, que abarca una extensa llanura marina hasta Ofiusa 42. Retrocediendo desde su litoral hacia el llano del mar Interno 43, por donde dije antes 44 que el mar, al que llaman Sardo, se adentraba en las tierras, se emplean siete días de marcha a pie 45.
Ofiusa presenta un flanco tan prominente hacia adelante, cuanto oyes que se extiende la isla de Pélope en tierras de los griegos 46. Al principio se la denominó Estrimnis, y los habitantes de estos lugares y campos eran los estrímnicos; posteriormente una plaga de serpientes puso en fuga a sus habitantes y logró que esta tierra quedara despojada hasta de su propio nombre 47.
Se adentra a continuación hacia los abismos marinos el cabo de Venus y la mar brama en torno a dos islas 48 deshabitadas por la escasez de espacio vital. El Ario se yergue luego imponente, destacándose hacia el desapacible septentrión; por otro lado, desde aquí hasta las Columnas del poderoso Hércules hay una travesía para las naves de cinco días 49.
Después, en plena mar, hay una isla, de abundante vegetación y consagrada a Saturno. Pero el vigor de su naturaleza es tal que, si alguien se acerca navegando hasta ella, al punto se encrespara la mar colindante con esta isla; ella misma tiembla y salta toda su superficie, estremeciéndose profundamente, en tanto que, en el resto, la mar permanece silenciosa a la manera de un estanque 50.
Acto seguido se yergue un promontorio hacia los aires de Ofiusa y desde el peñón Arvio hasta estos parajes hay un trayecto de dos días 51. En cambio, la espaciosa ensenada que se abre desde allí se extiende en lontananza, siendo difícil navegar en su totalidad con un solo viento; pues llegarás al centro si te arrastra el céfiro; el tramo que queda reclama al noto 52.
Si a partir de allí alguien se dirige de nuevo a pie hacia la costa de los tartesios, realizará el trayecto en apenas cuatro días; si uno dirige sus pasos hacia Nuestro Mar y al puerto de Malaca, tendrá por delante una ruta de cinco soles 53.
Luego se alza la mole del cabo Ceprésico 54.
Por debajo se extiende más lejos la isla llamada Acale 55 por sus habitantes. Cuesta aceptar la leyenda que corre sobre esta isla por lo sorprendente del hecho, pero, son tantos los testimonios, que bastan para confirmarlo. Dicen que en los aledaños de esta isla el abismo marino no presenta nunca el mismo cariz que el resto del mar; de hecho, por doquier las olas poseen un resplandor semejante a la transparencia del cristal y, por las profundidades de la marmórea mar, es verdad que las olas tienen un reflejo azulado. En cambio, allá, la superficie del mar está mezclada con un fango repugnante, según recuerdan los antiguos, y siempre se halla apelmazada como en torbellinos turbios de inmundicias 56.
Los cempsos y los sefes dominan las colinas escarpadas de las tierras de Ofiusa; cerca de éstos, el ágil lucio y la raza de los draganos asentaron sus hogares bajo el rigurosamente nevado septentrión 57. Por otro lado se halla la isla de Petanio 58, hacia la parte de los sefes, y un ancho puerto 59.
Después, junto a los cempsos se encuentran los pueblos de los cinetes 60. A continuación, el cabo Cinético 61, en el que mengua la luz sideral y que se yergue a lo alto como el más remoto de la opulenta Europa 62, se orienta hacia las aguas saladas del océano, plagadas de monstruos 63.
El río Ana 64 corre allá por medio de los cinetas y surca sus vegas. Se abre nuevamente un golfo y el territorio se extiende curvándose hacia el mediodía 65. Desde este río consignado se desgajan de repente dos ramales y su caudal, como en lenta formación, rechaza las aguas espesas del golfo ya dicho (en efecto, aquí las profundidades son de puro y denso lodo). En esta zona se levanta a lo alto la cumbre de dos islas, la menor carece de nombre y la otra una costumbre insistente la llamó Agónida 66.
A continuación se halla el impresionante peñón Sagrado 67, erizado de peñascos y consagrado a Saturno; hierve la mar agitada y la costa despliega un frente rocoso. Aquí sus habitantes poseen cabrillas hirsutas y abundantes machos cabríos, que siempre andan vagando por el territorio cubierto de maleza; y producen unas cerdas muy alargadas y recias para su utilización en las tiendas de los campamentos y las velas y capotes de los marinos 68. Desde aquí hasta el río se ha dicho que hay un trayecto de un solo sol 69; también aquí se halla el límite del pueblo de los cinetes.
El país travesío confina con éstos y el río Tarteso 70 baña la comarca. Acto seguido se extiende el macizo consagrado al Céfiro, por lo que la cumbre de este peñón ha sido llamada Cefíride71. Pero en lo referente a sus altos picachos, se yerguen en la cima de su cresta; una gran mole se encarama en los aires y una bruma, como remansada por encima, esconde permanentemente su cabezo nebuloso.
Toda la comarca que sigue es de terreno cubierto por completo de hierba; a sus habitantes se les ofrece una bóveda celeste nublada en su parte más alta, el aire espeso, una luminosidad diurna muy densa y un rocío copioso como el de por la noche. Ninguna brisa, según es costumbre, logra entrar; ni un soplo de viento despeja la capa alta de la atmósfera: una perezosa calígine se echa sobre las tierras y el suelo se humedece ampliamente72. Si alguien rebasa con su nave el peñón del Céfiro y penetra en los torbellinos de Nuestro Mar, se ve impulsado de inmediato por los soplos del favonio 73.
A continuación, de nuevo un promontorio y un opulento santuario consagrado a la Diosa Infernal 74, el fondo de una gruta recóndita y una entrada disimulada. En las cercanías hay una gran laguna, llamada Etrefea 75; más aún, se dice que estuvo antaño por estos parajes la ciudad de Herbo; que consumida por los avatares de las guerras, al fin sólo dejó en este territorio su recuerdo y su nombre 76.
Entretanto, acto seguido, corre el río Ebro77 y su Caudal fecunda los terruños. La mayor parte de los autores refieren que los iberos se llaman así justo por este río, pero no por aquel río 78 que baña a los revoltosos vascones. Pues a toda la zona de este pueblo que se encuentra junto a tal río, en dirección occidente, se la denomina Iberia. Sin embargo el área oriental abarca a tartesios y cilbicenos 79.
Después se halla la isla de Cartare 80 y es una tradición con bastante fundamento el que la dominaron primero los cempsos; rechazados luego por la guerra con sus vecinos, se desperdigaron en busca de distintos asentamientos, Se yergue luego la mole del monte Casio y a partir de su nombre la lengua griega llamó primero casítero al estaño 81.
Después sigue la prominencia de un santuario y, en lontananza, la fortaleza de Geronte, que lleva un antiguo nombre griego, pues hemos oído decir que en tiempos pasados a partir de ella se dio nombre a Gerión 82. Aquí se encuentran las amplias costas del golfo travesío 83 y desde el río Ana, ya nombrado, hasta estos territorios las naves tienen un día de trayecto 84. Aquí se halla la ciudadela de Gadir, ya que en la lengua de los cartagineses se llamaba Gadir a un lugar vallado. Esta misma ciudad fue denominada primero Tarteso 85, ciudad importante y rica en tiempos remotos; ahora pobre; ahora empequeñecida; ahora, arrumbada; ahora, en fin, un simple campo de ruinas. Nosotros en estos parajes, excepto las ceremonias en honor de Hércules, no vimos nada digno de admiración 86. En cambio, tuvo tal poderío, incluso tal prestigio en épocas pasadas, si damos crédito a la historia, que un rey altanero, y el más poderoso de todos los que a la sazón tenía el pueblo maurusio, muy estimado por el emperador Octaviano, Juba, entregado siempre al estudio de las letras y alejado por el mar que tenía en medio, se consideraba muy distinguido con el honor del duunvirato en su ciudad 87.
Pero el río Tarteso 88, fluyendo desde el lago Ligustino 89, a campo traviesa, envuelve una isla 90 de pleno con el curso de sus aguas. No corre adelante por un cauce único, ni es uno solo en surcar el territorio que se le ofrece al paso, pues, de hecho, por la zona en que rompe la luz del alba, se echa a las campiñas por tres cauces; en dos ocasiones, y también por dos tramos, baña el sector meridional de la ciudad 91.
Por su parte, el monte Argentario se recorta sobre la laguna; así llamado en la Antigüedad a causa de su belleza, pues sus laderas brillan por la abundancia de estaño y, visto de lejos irradia más luminosidad aún a los aires, cuando el sol hiere con fuego las alturas de sus cumbres. Este mismo río, además, arrastra en sus aguas raeduras de estaño pesado y transporta este preciado mineral a la vera de las murallas 92. A partir de aquí una extensa región se aleja de la llanura de aguas saladas, tierra adentro; la raza de los etmaneos la habita. Y después, por otro lado, hasta los labrantíos de los cempsos, se extienden los ileates sobre tierras fértiles; si bien las zonas marítimas las controlan los cilbicenos 93.
A la ciudadela de Geronte y al cabo del santuario, como hemos explicado antes, los separa la salada mar por medio; y entre altos acantilados se recorta una ensenada. Junto al segundo macizo desemboca un río caudaloso. Luego se yergue el monte de los tartesios, cubierto de bosques 94.
Enseguida se encuentra la isla Eritía, de extensas campiñas, y en tiempos pasados, bajo jurisdicción púnica; de hecho, fueron colonos de la antigua Cartago los primeros en asentarse en ella. Un estrecho separa Eritía de la ciudadela del continente en tan sólo cinco estadios 95.
Por donde se da el ocaso del día, hay una isla consagrada a Venus del Mar, y en la misma un templo de Venus, una ermita en roca viva y un oráculo96.
Cuando se viene desde aquel monte, que te había dicho resultaba temible por sus bosques, se halla un litoral de arenales en suave pendiente, en los que los ríos Besilo y Cilbo derraman sus aguas 97.
Después, hacia poniente, alza sus riscos soberbios el peñón Sagrado 98. A esta zona, en tiempos pasados, Grecia la denominó Herma. La palabra Herma se refiere a un parapeto del terreno, encarado de frente, y el lugar en sí fortifica el estrecho por ambas bandas 99. Otros, al contrario, lo llaman ruta de Hércules; pues, de hecho, se dice que Hércules allanó los mares, a fin de que quedara abierto un camino fácil para el rebaño que había apresado 100. Más aún, la mayoría de los autores afirman que aquella Herma estuvo primitivamente bajo jurisdicción de tierra libia. Y no se debe desdeñar la información de Dionisio, quien atestigua y enseña que Tasteso es el límite de Libia 101.
En territorio de Europa se levanta el promontorio que, ya lo señalé, sus habitantes llaman Sagrado102. Entre ambos lugares fluye una ligera lengua de agua, la cual antaño se llamó Herma o Camino de Hércules. Euctemón, habitante de la ciudad de Anfípolis, afirma que se extiende en una longitud no superior a las ciento ocho millas y que ambas posiciones distan tres millas 103. Aquí están emplazadas las Columnas de Hércules, que hemos leído son consideradas como el extremo de uno y otro continente. Se trata en realidad de dos peñones parejos que sobresalen, Ábila y Calpe.
Calpe se encuentra en territorio hispano, Ábila en el de los maurusios, pues la raza púnica llama Ábila a aquello que constituye un monte alto en lengua bárbara, esto es, en la latina, como afirma el autor Plauto; y, por otra parte, Calpe se denomina en Grecia a aquello que tiene un aspecto ahuecado, con una pinta de un picacho redondeado 104. Afirma también el ateniense Euctemón que no existen allí peñas, ni se alzan cumbres en ninguna de las dos partes; recuerda que entre las campiñas de tierra libia y la costa de Europa se hallan dos islas 105; dice que se las llama Columnas de Hércules; refiere que están separadas treinta estadios; que por doquier están cubiertas de bosques impresionantes y que son siempre inhóspitas para los marinos.
Asevera, en efecto, que hay en ellas templos y altares a Hércules, que los bajeles extranjeros se dirigen allí para ofrecer sacrificios a este dios y se van apresuradamente, pues se tiene por impío demorarse en estas islas. Informa que la mar se mantiene tanto en los alrededores como en las cercanías con poquísima profundidad en una amplia área; que los navíos no pueden arribar cargados a estos parajes a causa del poco calado de las aguas y por el espeso fango de la costa. Pero que si alguien tiene el firme propósito de aproximarse allá por el templo en sí, entonces nos informa de que ese tal pone proa hacia la isla de la Luna, librar de carga a la nave y, aun así, aligerada la lancha, apenas logra desplazarse sobre las saladas aguas.
En cambio, el tramo de oleaje agitado que se extiende entre las Columnas, afirma Damasto que no llega a los siete estadios. Escílax de Carianda asegura que la corriente que hay entre las Columnas tiene la misma extensión que las aguas del Bósforo 106. Más allá de tales Columnas, por la parte de Europa, los habitantes de Cartago tuvieron antiguamente caseríos y ciudades, aunque tenían la siguiente costumbre: la de construir naves de fondo muy llano, de modo que el esquife, más ancho, pudiese deslizarse por la superficie de una mar de muy poco calado 107.
Sin embargo Himilcón cuenta que desde estas Columnas hasta la zona occidental existe un abismo marino ilimitado, que la mar se extiende a lo ancho, que se despliega un salado mar. Nadie se aventuró en estas aguas, nadie metió sus carenas en aquel llano marino, bien porque falten en alta mar auras que las impulsen, bien porque ningún soplo del cielo empuje la popa, o incluso porque la calina revista el aire con una especie de velo, bien porque la niebla oculte permanentemente el abismo marino y se mantenga un muy espeso nublado durante el día 108.
Se trata de aquel Océano que brama en lontananza alrededor del orbe inmenso, ése es el mar más grande. Este abismo marino rodea las costas, éste es el que surte al salado mar Interno, éste es el progenitor de Nuestro Mar; de hecho, arquea desde fuera las aguas de numerosos golfos y la energía de sus profundidades se desliza dentro de nuestro universo. Pero nosotros te hablaremos de los cuatro más grandes 109.
Así, la primera irrupción del océano en tierra firme es el fluctuante mar Hesperio y el salado mar Atlántico 110; a continuación, el oleaje Hircano: el mar Caspio111;el salado mar de los indios: el dorso del mar Pérsico 112, y el abismo marino Arábigo 113, ya bajo el cálido noto. A éste una antigua usanza lo llamó antaño Océano y otra costumbre lo denominó mar Atlántico 114.
El abismo de este mar abarca una amplia extensión y se alarga enormemente en confines imprecisos. Por lo general, además, este salado mar se extiende tan poco profundo, que apenas llega a cubrir las arenas del fondo. Por otra parte, una urchilla copiosa rebosa sobre el abismo marino y el oleaje es aquí neutralizado por esta ova; las bestias nadan violentamente por medio de todo el ponto y un pánico intenso mora en estas aguas a causa de los monstruos. El cartaginés Himilcón refirió en tiempos pasados que él lo había contemplado y comprobado personalmente en la superficie del océano. Nosotros te hemos transferido esta información, transmitida durante mucho tiempo por los anales confidenciales de los púnicos 115.
Pero ya es hora de que mi pluma vuelva al objetivo anterior. Por lo tanto, frente a la Columna Libístide, tal y como había dicho, se alza otra en territorio de Europa 116. Aquí el río Criso penetra en el hondo abismo marino 117. Por el lado de allá y el de acá, habitan cuatro pueblos, pues en estos parajes se encuentran los arrogantes libifenicios; se hallan aquí los masienos; están también los reinos selbisenos, de campos feraces, y los ricos tartesios, que se extienden hasta el golfo Caláctico 118.Además, próximos a éstos aparecen luego el macizo Barbecio 119 y el río Malaca, junto con la ciudad del mismo nombre, que en el siglo pasado se llamó Menace 120.
Allá, bajo dominio de los tartesios, hay una isla frente a la ciudad, consagrada desde antiguo por sus habitantes a Noctiluca 121. En esta isla hay asimismo una laguna y un puerto seguro. La ciudadela de Menace se halla por encima. Hacia donde esta región se aparta de las olas, se yergue el monte Siluro 122 con su alta cumbre. A continuación sobresale una peña enorme 123, que se adentra en la profundidad de la mar. Una pineda, en otros tiempos frondosa, le dio nombre en griego; y el litoral se abaja hasta el santuario de Venus y el cabo de Venus 124. Asimismo en esta costa se alzaron antaño numerosas ciudades y abundantes grupos de fenicios controlaron antes estos lugares. En cambio, ahora, este territorio, ya solitario, despliega simples arenales inhóspitos y las campiñas, privadas de labriegos, se echan a perder y son un erial 125.
A partir del cabo recóndito de Venus puede contemplarse Herma 126 en lontananza, en territorio libio, que antes he citado. La costa se extiende aquí de nuevo, desprovista ahora de pobladores, en realidad, puros terrenos abandonados. Antiguamente también aquí se alzaron a la vista muchísimas ciudades y numerosos pueblos frecuentaron estos lugares. Después, el puerto Namnacio se arquea desde la profunda llanura marina, próximo a la ciudadela de los masienos y al fondo de esta ensenada se alza con sus altas murallas la ciudad Masiena 127.
Luego sobresale el promontorio de Trete 128 y, al lado, se halla la insignificante isla Estróngile 129. Acto seguido, en los aledaños de esta isla, una laguna de enorme amplitud ensancha sus riberas 130. Allá el río Teodoro 131 (y no te sorprendas de oír en un paraje sin civilizar y bárbaro un nombre en la lengua de Grecia) desemboca lentamente. Los fenicios fueron los primeros en habitar estos lugares.
De nuevo se extienden desde aquí arenales por la costa y tres islas 132 circundan en toda su amplitud esta costa. Aquí en tiempos pasados estuvo la frontera de los tartesios 133, aquí existió la ciudad de Herna 134. El pueblo de los gimnetes se había aposentado en estos parajes 135. Ahora, en cambio, abandonado y despoblado desde hace tiempo, el río Alebo corre rumoroso sólo para sí 136. Tras todo esto, en medio del oleaje se halla la isla Gimnesia 137, que traspasó este antiguo nombre a la población que la habitaba, hasta el cauce del río Cano 138, que los regaba; y a partir de allí se extienden las islas Pitiusas, y las lejanas siluetas de las islas Baleares 139.
Enfrente, los iberos 140 extendieron su poder hasta el macizo de Pirena 141, situados espaciosamente a la vera del mar Interno. La primera de sus ciudades en levantarse es Ilerda 142. Después, la costa se extiende en yermos arenales. También aquí estuvo habitada en otro tiempo la ciudad de Hemeroscopio 143, hoy ya tan sólo un campo deshabitado bañado por lánguidas aguas. Se levanta luego la ciudad de Sicana 144; así la llaman los iberos por el río cercano. Y no lejos de la separación de este río, el río Tirio rodea la ciudadela de Tiris 145. Y por la parte en que la tierra se adentra lejos del mar, la región ofrece una extensa superficie cubierta de maleza a lo largo y ancho. Allá los beribraces 146, pueblo salvaje y feroz, vagaban en medio de abundantes rebaños de ganado; y alimentándose a duras penas de leche y queso graso, sobrevivían al modo de las fieras.
A continuación, el cabo de Crabrasia 147 se destaca a lo alto y el litoral se prolonga desnudo hasta los límites de la despoblada Querroneso 148. Por estas costas se extiende la marisma de Nácaras 149; tal es, pues el nombre de la costumbre dio a esta marisma; y en medio de la laguna sobresale una pequeña isla, fecunda en olivos y por ello consagrada a Minerva. En los aledaños hubo muchísimas ciudades: en efecto, aquí estuvieron Hilactes, Histra, Sarna 150 y la insigne Tiricas 151; nombre antiguo el de esta ciudadela y enormemente famosas fueron las riquezas que sus habitantes por las costas del mundo, pues, además de la fertilidad de sus campos, merced a la cual la tierra cría ganados, viñas y los dones de la rubia Ceres, se transportan mercancías foráneas por el río Ebro.
Al lado, un monte puntiagudo 152 alza su soberbio cabezo y el río Óleo 153, surcando las campiñas cercanas, se desliza por entre los dos picos de unas peñas. Enseguida, de hecho, el Selo 154 (tal es el nombre antiguo de este monte) se remonta hasta las nubes excelsas. A su vera se hallaba, en épocas pasadas, la ciudad de Lebedoncia 155, ahora tan sólo un simple campo despoblado, lleno de madrigueras y cubiles de fieras.
Después de todo esto se despliegan unos arenales durante muchísimo trecho, por los que antiguamente estuvo la ciudadela de Salauris 156 y en los que, también en otros tiempos, existió la primitiva Calípolis 157, aquella famosa Calípolis, que por elevada y enhiesta altura de sus murallas y los remates de sus techos se alzaba a los aires; la que, con la amplia extensión de sus hogares, abarcaba por los lados una bahía siempre rica en peces. Luego, la ciudadela de Tárraco 158 y el deleitoso emplazamiento de las ricas Barcilonas 159, pues allá un puerto despliega brazos seguros y la tierra está siempre irrigada por aguas dulces.
Después se extienden los rudos indigetes 160; pueblo este inculto, pueblo intrépido en la caza y habitante de guaridas. Luego, el cabo Celebándico 161 alarga la mole de su silueta hasta entrar en la salada Tetis. Que aquí estuvo la ciudad de Cipsela 162 es ya tan sólo un recuerdo, pues el escabroso suelo no conserva ningún vestigio de la ciudad primitiva. Allá se abre un puerto en un golfo enorme y el mar se mete anchamente en la tierra arqueada 163.
Tras esto, se alarga la costa indicética, hasta el extremo de la sobresaliente Pirena 164. Después de aquel litoral, que dijimos se extendía un trecho en ligera pendiente, se destaca el monte Malodes 165, donde entre las olas sobresalen dos escollos 166 y sus dos cimas se alzan a lo alto de las nubes; en medio de ellos, por otra parte, se halla un puerto holgado y la llanura marina no está sometida a ningún viento; pues las cumbres de los peñones, con sus escolleras por delante, ciñen a lo largo y ancho todos los flancos y entre los roquedales el abismo marino se resguarda tranquilo, reposa la mar, el piélago permanece inmóvil en su encierro.
Luego sigue la marisma de Tono 167, a los pies de unos montes, y se alza el macizo del peñón Tononita 168, a través de los cuales el rumoroso río Anisto 169 hace correr el caudal espumeante de sus aguas y corta el mar salado con su oleaje. Esto es lo que hay junto a las olas y las saladas aguas.
En cambio, todo el territorio que se aleja del profundo abismo marino, lo poseyeron los ceretes y, antes, los duros ausoceretes 170, que ahora, bajo el mismo nombre, son uno de los pueblos iberos.
Luego, en fin, el pueblo sordo 171 habitaba en parajes intrincados y se extendían hasta llegar al mar Interno, por donde se hallan las cumbres de Pirena, rebosantes de pinos; vivían en medio de guaridas de fieras, dominando en un amplio sector no sólo campiñas sino también el abismo marino. En los confines del territorio sordiceno se dice que en otro tiempo hubo una ciudad 172, en las laderas de Pirena, de hogares prósperos y que aquí los habitantes de Masilia 173 iban y venían frecuentemente haciendo negocios. Pero hasta Pirene, desde las Columnas de Hércules, desde el abismo marino Atlántico y el límite de la costa del Céfiro, una nave rápida tiene una carrera de siete días 174.
Tras el macizo del Pirineo se extienden los arenales del litoral cinético 175, a los que surca a lo largo y ancho el río Roscino 176. Esta región pertenece, como hemos dicho, al territorio sordiceno. Aquí se extienden una laguna y un pantano de gran amplitud sin duda, al que sus habitantes llaman Sordice 177. Aparte las aguas rumorosas de este enorme abismo marino (pues, a causa del amplio perímetro de sus extensas riberas, es frecuente que se agite bajo los vientos que lo baten), desde esta misma laguna brota el río Sordo 178 y, de nuevo, desde las desembocaduras de este río (***)179 Luego, la costa se curva por el profundo mar y el terreno forma hondonadas a causa del desgaste que sufre; comienza bruscamente un oleaje de más cuidado y se despliega la enorme mole de un abismo marino, en el que se encuentran tres islas de gran envergadura y la mar se derrama por entre sus recias roquedas 180.
Y no lejos de esta ensenada, se abre un segundo golfo de terreno quebrado y abarca con sus aguas profundas cuatro islas (a todas ellas según una antigua costumbre se las llamó Piplas 181). El pueblo de los elesices 182 dominaba primitivamente estos lugares y la ciudad de Naro 183 era la cabeza más importante de este reino fiero. Aquí el río Atago184 irrumpe en el salado llano del mar. Y después, cerca de aquí, la laguna de Hélice 185. Luego, una tradición antigua nos ha transmitido que aquí estuvo Besara 186. Ahora, en cambio, el río Heledo 187 y, asimismo ahora, el río Orobo 188 serpean atravesando campiñas desoladas y montones de ruinas, señales de un florecimiento primitivo. Y no lejos de estos ríos, el Tirio 189 desemboca turbulento en la profunda mar (***) Rumoroso el caudal (***)190 Jamás se levantan las volutas de las olas y la serenidad de Alcíona 191 se tiende permanentemente sobre el abismo marino.
La cima de esta roqueda se prolonga enfilada hacia aquella prominencia llamada Cándido 192, como ya dije. Cerca se halla la isla Blasco 193 y su territorio se alza del salado mar ofreciendo una figura redondeada. En tierra firme y entre las cumbres de los macizos que se elevan, se despliegan a continuación las lomas de un suelo arenoso y se prolongan unas castas desprovistas de habitantes. Después, el monte Setio 194 yergue esbelto su macizo, también cubierto de pinos. La cadena del Setio, alargando sus estribaciones, alcanza al Tauro 195, pues los indígenas llaman Tauro a un pantano cercano al río Orano 196, cuyo cauce delimita el territorio ibero de los fieros ligies 197. Aquí se encuentra la ciudad de Poligio 198, de caserío bastante escaso y con pocos habitantes.
Luego, la aldea de Mansa 199, la ciudadela de Naustalo 200 y la ciudad (***) y en planicie marina desemboca el río Clasio 201.
En cambio, la región ciménica 202 se aparta lejos de las aguas saladas, abarcando una gran extensión de terreno y cubierta de bosques; de frente se halla el que le da nombre, un monte de lomas elevadas. El Ródano 203 al fluir erosiona la raíz de sus estribaciones y sus aguas se deslizan errantes por entre el macizo rocoso de este imponente monte. Los ligures 204 se diseminaron a lo lejos, desde la mole y pedriza de este macizo rocoso del Setio, hasta el oleaje del mar Interno.
Pero este paraje casi reclama que te exponga explicaciones más amplias acerca del curso del Ródano. Tú procura soportar, querido Probo 205, la lentitud interminable de mi pluma; pues te hablaré, en efecto, sobre el nacimiento de este río, sobre el deslizarse de sus turbulentas aguas errantes, qué pueblos baña con sus aguas, qué provecho queda para la población ribereña y las diferentes bocas de sus desembocaduras.
Los Alpes 206 yerguen su cresta nevada a las auras por el punto del nacimiento del sol y sus pendientes rocosas hienden los labrantíos de la tierra gala y por efecto de las tempestades los vientos siempre son de ventisca. Ese río se derrama brotando desde la boca de una gruta abierta, con ímpetu feroz surca las campiñas y es navegable justo desde el nacimiento de sus aguas y su primera fuente 207. En cuanto al lado por el que se yergue este macizo, que hizo nacer el río, sus lugareños lo llaman Columna del Sol 208, pues su cumbre se alza hacia las nubes tan alto que el sol del mediodía no puede verse desde la parte contraria del macizo, cuando se aproxima a los confines septentrionales para volver a llevar la luz del día. Pues tú sabes que la opinión de los epicúreos 209 fue la siguiente: que el sol no es abatido por el ocaso, que no penetra en ningún abismo marino, que no se esconde nunca, sino que recorre el universo, que sigue una trayectoria oblicua por el cielo, reanima las tierras, sustenta con el pábulo de su luz todas las hondonadas, en tanto que a unas regiones concretas les es negada la antorcha resplandeciente de Febo; (Resi***) 210
Cuando el sol ha cumplido la trayectoria del mediodía, cuando ha declinado su luz por la zona del Atlántico, para llevar su fuego a los remotos hiperbóreos 211 y desplazarse al orto aquemenio 212, gira siguiendo una trayectoria curva hacia sectores determinados del espacio y rebasa la meta; y cuando niega su fulgor a nuestra mirada, la noche obscura cae rápida desde el cielo y unas tinieblas sombrías cubren al punto nuestro mundo. Entonces, por el contrario, la luz nítida del día alumbra a aquellos que viven congelados en el septentrión, situado más arriba. A la inversa, cuando la sombra de la noche alcanza de nuevo a las Osas, nuestra especie entera vive un día espléndido.
Serpea el río desde su origen atravesando los tilagios, los daliternos, los sembrados de los clahilcos 213 y la campiña leménica 214 (palabras muy ásperas y todas chocantes al oírlas por primera vez, pero, sin embargo, no se te deben silenciar, dada tu aplicación y nuestro interés); se expande, después, en diez meandros mediante el zigzagueo de sus aguas turbulentas; a continuación se mete en una laguna profunda, según afirma la mayor parte de los autores; un enorme pantano, que una antigua usanza de Grecia denominó Áccion 215, distribuye sus aguas rápidas por la llanura de esta laguna, y volviendo de nuevo a brotar y estrechándose a modo de los ríos, fluye acto seguido hacia las agitadas aguas del Atlántico, orientándose hacia Nuestro Mar y hacia occidente, y surca extensos arenales mediante cinco desembocaduras 216.
Allá se levanta la ciudad de Arelato 217, llamada Teline en tiempos pasados, mientras la habitaban los griegos. Muchos motivos nos han impulsado a relatar largo y tendido curiosidades sobre el Ródano, pero nunca nuestro ánimo se doblegará hasta asegurar que este río delimita Europa y Libia, bien que el anciano Fileo 218 diga que esto era lo que creían sus habitantes. Despreciemos y burlémonos de esta ignorancia bárbara; y tildémosla con un calificativo apropiado. Una nave emplea en la travesía dos días con sus noches 219.
A partir de aquí se halla la raza de los nearcos 220, la ciudad de Bergine 221, los terribles salies 222, la primitiva ciudadela de Mastrabala 223, marismas, un promontorio que alza sus lomas, llamado Cilistrio 224 por sus habitantes. Y, en fin, la propia ciudad de Masilia 225, cuyo emplazamiento es como sigue: de frente se extiende una ribera; un camino 226 apenas viable se abre entre las olas; el torbellino marino baña sus costados; una bahía arrulla a la ciudad y un oleaje extenso acaricia la ciudadela y su extendido caserío. La ciudad es casi una isla y la mano del hombre hizo que toda la llanura marina inundara la tierra, y el esfuerzo tenaz de sus fundadores, como su talento, logró vencer ya en el pasado el contorno de estos parajes y el perfil natural de sus tierras. Si te agrada substituir estos nombres primitivos por estos otros recientes (***) 227.